
Lisboa, tan cercana, tan distante, es una vieja señora que recuerda sus días de esplendor. A algunas personas les parece sucia, descuidada ... y a mí, sin embargo, me parece encantadoramente decadente. Caminar por el laberinto de callejuelas de Alfama, barrio lisboeta, es perderse por la linea del tiempo del pueblo que quiso hacerse ciudad, con sus escalinatas y cuestas empedradas flanqueadas por viejas tascas que dejan escapar los olores de la sabrosa cocina de la región del alentejo, edificios con bellas fachadas de cerámica que han sufrido el paso del tiempo y espacios gobernados por una tranquilidad muy difícil de encontrar en otra capital europea, calma que a veces es interrumpida por el paso del histórico tranvía número 28.
Cuando anochece suelo acudir a una bodega muy antigua y céntrica para tomarme un licor de "Ginginha" mientras observo el bullicio de la plaza de Rossio. Después paseo por el barrio alto, asciendo por sus callejuelas con encanto para perderme por los locales de ambiente joven y disfrutar de una buena compañía. En ocasiones, al regresar al hotel, el silencio de la noche trae a mis oídos la melancolía de un fado proveniente de una voz triste pero elegante, como Lisboa, y ese susurro me acompaña a través de la brisa hasta que concilio el sueño.

1 comentario:
Estoy totalmente deacuerdo, es toda una belleza de ciudad,tan melancolica
Vanira
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